«Dios en sus bocas, con su saliua espurcissima infeccionada por el pecado, contratan temerariamente sacramento tan arduo: no tuuiendo temor de tragar el espantoso juyzio de su damnada consciencia. Quintamente podemos dezir que escupen y maltratan el preclarissimo rostro de nuestro redemptor y maestro, aquellos como escriue Ludolfo, que menosprecian sus prelados y superiores. Por tanto nosotros, o hermanos carissimos, deuemos con piadoso pensamiento contemplar, y estimar en muy crescida gloria»