«tan forçosamente y sin piadad, que los aguijones le penetrauan hasta el cerebro. O inaudita crueza. O rauia feroçe y canina. O ya pluguiesse a tu majestad sacratissima señor glorioso: que aquella tu corona de spinas fuesse almohada dulcissima, donde por tu seruicio pudiesse reclinar mi cabeça: y aquella preciosa sangre, que por tu rostro y pescueço se derramo, ornasse mis quixadas, inflamasse mi coraçon, y derritiesse mis entrañas: y que»