«seruicio pudiesse reclinar mi cabeça: y aquella preciosa sangre, que por tu rostro y pescueço se derramo, ornasse mis quixadas, inflamasse mi coraçon, y derritiesse mis entrañas: y que fuera mi alma vaso donde se recogiera. Al primer hombre dixiste señor por maldicion: con tu trabajo te procreara la tierra espinas y cardos. tu señor lo dixiste, mas tu las sentiste. crescieron las espinas en habundancia como mandaste: mas tu, o»